Causas y consecuencias.
EL ORIGEN VIOLENTO DEL ESTADO.
Joel Hurtado Ramón.
V
La aparición de la verdadera hermandad
significa que ha llegado un orden social en el cual se deleitan todos los
hombres sobrellevando los unos las cargas de los otros; de hecho desean poner
en práctica la regla de oro. Pero no se puede lograr una sociedad tan ideal
cuando los débiles o malvados están a la expectativa para aprovecharse de modo
injusto e impío de los que son motivados fundamentalmente por la devoción al
servicio de la verdad, la belleza y la bondad. En esta situación un solo
proceder resulta práctico: los seguidores de la «regla de oro» pueden
establecer una sociedad progresiva en la cual vivan de acuerdo con sus ideales,
al mismo tiempo que mantengan una defensa adecuada contra sus semejantes
sumidos en la ignorancia, quienes quizás pretenderán explotar sus
predilecciones pacíficas, o bien, destrozar su civilización en avance.
Nunca puede sobrevivir el idealismo en un planeta evolutivo
si los idealistas de cada generación se permiten ser exterminados a manos de
las órdenes más viles de la humanidad. He aquí la gran prueba del idealismo:
¿Puede una sociedad avanzada mantener un estado de preparación militar que la
proteja de los ataques de sus vecinos amantes de la guerra,
sin sucumbir a la tentación de emplear este poderío militar en operaciones
ofensivas contra otros pueblos a fin de la ventaja egoísta o el
engrandecimiento nacional? La supervivencia nacional exige el estado de
preparación militar y sólo el idealismo religioso puede impedir que se
prostituya la preparación convirtiéndose en agresión. Sólo el amor, la
hermandad, pueden impedir que los fuertes opriman a los débiles.
5. LA EVOLUCIÓN DE LA
COMPETENCIA
La competición es esencial para el progreso social, pero la
competencia, sin tasa ni medida, engendra la violencia. En la sociedad de hoy
en día, la competición va desplazando poco a poco a la guerra en cuanto que
determina la posición del individuo en la industria, y así decreta la
supervivencia de las industrias mismas. (El asesinato y la guerra difieren en
su calidad ante las costumbres establecidas; pues el asesinato quedó proscrito
desde los primeros días de la sociedad; en cambio, la guerra no ha sido
proscrita nunca por la humanidad en general.)
El estado ideal acomete la regulación de la conducta social
sólo lo bastante para eliminar la violencia de la competencia individual y para
impedir la injusticia en la iniciativa personal. He aquí el gran problema del
estado: ¿Cómo se puede garantizar la paz y tranquilidad de la industria, pagar
los impuestos para mantener el poder del estado y, al mismo tiempo, impedir que
la gravación fiscal entorpezca la industria y que el estado se convierta en
parásito o tirano?
A través de las edades primitivas de cualquier mundo, la
competencia es esencial para la civilización progresiva. A medida que progresa
la evolución del hombre, la cooperación llega a ser cada vez más efectiva. En
las civilizaciones avanzadas la cooperación es más eficaz que la competencia.
La competencia estimula al hombre primitivo. La evolución primitiva se
caracteriza por la supervivencia de los que son biológicamente aptos, pero las
civilizaciones posteriores se fomentan mejor por la cooperación inteligente, la
fraternidad compasiva y la hermandad espiritual.
Cierto que la competición en la industria es excesivamente
derrochadora y sumamente ineficaz, pero no se debe aprobar ningún esfuerzo para
eliminar esta desastrosa moción económica, si tales modificaciones suponen la más
mínima abolición de cualquiera de las libertades fundamentales del individuo.
6. EL MOTIVO DEL LUCRO
Hoy por hoy la economía motivada por el lucro está destinada
al fracaso, a no ser que los motivos de lucro puedan ser superados por motivos
de servicio. La competición despiadada que se basa en el egoísmo de miras
estrechas, a la larga, destruye aquello que procura mantener. La motivación
egoísta y exclusiva de lucro es incompatible con los ideales cristianos —mucho
más incompatible con las enseñanzas de Jesús.
En la economía, la motivación de lucro es para la motivación
de servicio lo que el temor es para el amor en la religión. Pero el motivo del
lucro no ha de destruirse ni eliminarse de manera repentina; mantiene
trabajando duro a muchos mortales que de lo contrario serían perezosos. No es
forzoso, sin embargo, que este excitador de energía social sea perennemente
egoísta en sus objetivos.
El motivo del lucro en las actividades económicas es
enteramente vil y totalmente indigno en un orden avanzado de sociedad; no
obstante, es un factor indispensable durante las fases tempranas de la
civilización. No se ha de quitar el motivo del lucro a los hombres hasta que
cuenten con sólidos tipos superiores de motivos desprovistos de fines lucrativos
para el empeño económico y el servicio social —el afán trascendente de la
sabiduría superlativa, la hermandad fascinante y la excelencia del logro
espiritual.
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