EL MAESTRE HABLA
ENSEÑANZA PERIÓDICA SOBRE LA CIENCIA DEL PENSAMIENTO,
DEL ALMA Y DEL ESPÍRITU DEL DR. SERGE RAYNAUD DE LA FERRIERE.
MISTICISMO...CIENCIA Y CONCIENCIA...
Los místicos de todos
los tiempos, se han preocupado ciertamente de la búsqueda de lo Divino en el
“yo” interno, pero, la misma identificación a la Conciencia Universal, hace que
cada uno se encuentre en la humanidad entera y en consecuencia, en Dios. Este
es el fenómeno de la Multiplicidad en la Unidad.
El
misticismo encuentra su fuente en el reino interior; es de origen “subjetivo”;
he ahí su carácter esencial.
Precisemos aun, que
se entiende generalmente por “misticismo” todo aquello que en el orden del
pensamiento está fuera del método y del conocimiento científico.
Todo ser dotado de
una conciencia puede decirse: “Hay dos mundos: yo de un lado y del otro:
aquello que queda”. Y aun, teóricamente, nada le impide pensar: “No hay más que
yo”. Cuando un hombre ha dormido profundamente y sin sueños, ¿cómo probarle que
la suspensión de su vida consciente no era la abolición real del universo, que
su despertar no ha recreado las cosas? Y si él soñó ¿no está en el derecho de
sostener que sueña siempre y que el universo constituye solamente la forma más
común de esos sueños personales?
Eso es lo que podría
llamarse subjetivismo absoluto: el reino interior no autorizaría importación ni
exportación, por la razón perentoria de que estaría solo, que no habría otro
reino con el cual hacer cambios. Opinión, sin importancia por otro lado, que ha
sido profesada solo por un pequeño número de filósofos, fastidiosos sin duda,
que se divertían confundiendo a sus semejantes.
En sus horas de
exaltación religiosa, el individuo considera el sentimiento por el cual ha sido
transportado. Alcanza lo íntimo de su Yo, aquello que no pertenece a ningún
otro YO. No existen palabras para describir con precisión aquel abismo, ya que
las palabras son etiquetas, puestas por convención común, sobre los objetos
accesibles a todos. El individuo será impotente para decir, o aun decirse,
aquello que encuentra en el fondo de si: lo indefinible, lo incomunicable, el
misterio mismo, que se agranda, sin cambiarlo, dándole los nombres de Dios, de
Alma, de Infinito; y él aparecerá como una realidad viviente, puesto que ese es
el YO.
Veamos
ahora el misticismo en su evolución. Jules Sageret3 plantea La
cuestión de la siguiente manera:
-Yo
no pondría en evidencia más que un hecho de esta evolución: la separación
progresiva de la ciencia y el misticismo. Es preciso regresar hasta
Aristóteles, puesto que sus doctrinas han persistido en su esencia a través de
la antigüedad, el medioevo y aun el Renacimiento, para no desvanecerse sino ante
Descartes. Aun entonces, el gran filósofo griego no ha perdido más que su
influencia laica: presidiendo siempre, por intermedio de su discípulo Tomás de
Aquino, la metafísica a la cual pertenece la teología católica ortodoxa.
Esta metafísica, hoy
independiente de la ciencia, era una consecuencia lógica de la física de
Aristóteles. El planteaba un conjunto de datos notablemente coherente y bien
ligado a los datos del sentido común y de la ciencia de su época: establecía,
por argumentos no solamente legítimos, sino hasta irrefutables entonces, la
inmovilidad de la tierra; consideraba, por razones muy valederas, el peso como
una “cualidad” inherente a los cuerpos materiales sólidos y líquidos, en virtud
de la cual ellos tendían en línea recta hacia el centro del mundo donde su
aglomeración formaba la tierra.
Una doctrina de esta
clase, si no disponemos de un material apropiado, se conforma a la observación
que nos muestra el peso de un cuerpo terrestre como independiente de todos los
otros cuerpos vecinos y más bien intrínsecos a él. Aristóteles admitía que los
objetos celestes estaban formados por una sustancia especial, desprovista de
peso y ligereza, sustraída a las causas de alteración que modificaban sin cesar
las cosas sublunares y apta solamente para el movimiento circular que le era
“natural”, es decir que podía serle impreso sin necesidad de “violencia”, sin
esfuerzo físico.
Hasta
Kepler estuvo en vigor el nuevo mecanismo que se caracterizaba principalmente
por conjuntos de movimientos circulares que realizaba cada planeta: el mismo
astro giraba por ejemplo, sobre un círculo llamado epiciclo cuyo
centro seguía la circunferencia de otro círculo llamado deferente y
había otras complicaciones, así Copérnico estaba obligado a combinar 7 círculos
para dar cuenta de los desplazamientos de Mercurio, 3 para la Tierra y 5 para
cada uno de los otros planetas e introdujo, por tanto, una inmensa
simplificación poniendo el Sol al centro del mundo, como Aristarco de Samos lo
había hecho dieciocho siglos antes de él.
Es
imposible imaginar los lazos materiales que hacían depender de un gran
movimiento de conjunto los movimientos de cada rueda planetaria. Se tomó
prestado pues al dominio de la vida. Unos hacían actuar a Dios sobre los astros
directamente o por intermedio de sus ángeles; otros suponían a los planetas
dotados de una especie de instinto, de una fuerza vital que los guiaba a lo
largo de su ruta. No había otro partido a tomar, lógicamente. Kepler negaba
“que algún movimiento eterno no rectilíneo hubiera sido dado por Dios a un
cuerpo privado de espíritu”. La Tierra está animada sin embargo por un
movimiento de rotación sobre ella misma, es por ello que él le atribuía un alma
ni inteligente, ni sensible, puramente motriz. Consideraba la traslación
de los planetas alrededor del sol como producida por una acción magnética; el
sol giraba y con él aquello que nosotros llamaríamos su flujo de fuerza el cual
arrastraba los planetas; ¿cómo éstos, atraídos al mismo tiempo por el astro
central no caían sobre él? Era en virtud “de un poder vital u otro
análogo” 4.
Por tanto, mientras
Newton no había formulado las leyes de la gravitación universal, la mecánica
celeste implicaba, en los astros, la existencia de algo que no era materia y
sin embargo actuaba sobre la materia. Este agente, aunque desprovisto de razón
impedía a los astros el perderse en un camino que no estaba trazado más que
idealmente y cuya complicación geométrica llevaba al fracaso la sagacidad de
los predecesores de Kepler. El misticismo se beneficiaba ahí de un apoyo
considerable que le prestaba la ciencia. No se tenía ninguna dificultad en
creer en el alma y la Providencia cuando la astronomía os mostraba poderes casi
espirituales obrando en los cielos.
En
física y sobre todo en química, pululan hasta el siglo XIX “fluidos”,
“principios”, entidades vagas que a veces se superponían a los cuerpos
ponderables y podían, en teoría, subsistir independientemente de ellos pero
desaparecían del campo de la observación humana cuando se intentaba aislarlos
de su soporte material. Para ser almas no les faltaba más que el pensamiento a
esos invisibles e Inasibles. Desde el momento en que la ciencia garantizaba su
existencia como real y objetiva, la afirmación espiritualista se imponía a
fortiori y se liberaba de toda dificultad de orden experimental. El
más célebre entre esos “fluidos” o “principios” fue el flogisto.
Todo el siglo XVIII admira su invención como el más hermoso descubrimiento que
se pueda imaginar y Stahl, su autor, pasó al rango de genio. De hecho, fue una
etapa importante del progreso científico con la primera vasta generalización
que apareció en química: la puesta en evidencia de un lazo común entre los
fenómenos de combustión y de oxidación. Solo el flogisto era lo inverso del
oxígeno: flogisticar era desoxidar y deflogisticar era oxidar. Además, este
misterioso elemento a veces aumentaba el peso de los cuerpos fijándose sobre
ellos, a veces lo disminuía. En fin, nadie había podido poner la mano sobre el
flogisto libre que desaparecía lo más a menudo produciendo una flama. Era una
especie de demonio con el cual trataban los químicos.
Se
sabe cómo Lavoisier puso fin a su reino. En adelante los “fluidos” y otros
“principios” demasiado sutiles no tardaron en abandonar los dominios de la
física y la química. Su expulsión completa respondía a aquello que se llamaba
separación rigurosa de la materia y la energía. Dicha separación significa que
no hay sino materia ponderable y energía, es decir modificaciones de la materia
ponderable, y ninguna de las dos es producida por la superposición a la
materia ponderable de una sustancia imponderable. El Ether era la
excepción: se imponía y molestaba. Pero ahora se está en vías de explicar la
masa o la “ponderabilidad” de la materia, por el electromagnetismo, por
modificaciones del Ether. En último análisis, la materia ponderable no sería
más que Ether. El principio fundamental de la físico-química subsistiría bajo
esa forma: “No hay más que Ether y sus modificaciones”.
Hay
en fin, frente a la ciencia, una actitud del misticismo que es muy sugestiva.
No se trata aquí del misticismo puramente escéptico que consiste en negar a la
ciencia el poder de hacernos conocer nada. La alusión se refiere al misticismo
que, al contrario “se apoya” sobre la ciencia, aquel de varios metafísicos y
sabios que toman los datos científicos para hacer la base misma donde colocan
lo “trascendente”, lo “sobrenatural”, el Alma, Dios; su método, es definido por
J. Sageret en “El espíritu y el método científicos”, ellos consideraban
las lagunas de la ciencia, las regiones donde los diversos órdenes de hechos no
están religados entre sí más que por hipótesis, casi siempre. Actualmente, hay
una laguna muy importante entre los fenómenos físico-químicos y los fenómenos
biológicos. En efecto, hay una y muy importante: si el ser viviente se fabrica
a sí mismo con materia no-viviente, se le ve siempre pre-existir a esta
materia; jamás se ha podido constatar ni provocar en el seno de la materia no
viviente la aparición de la vida. Entonces los sabios místicos y los
metafísicos proclaman inexplicable lo inexplicado. Y hacen intervenir algo como
un “fluido” o “principio” vital. ¿Qué es este agente? Apenas se hará conocer su
carácter “misterioso”, escapa a las leyes generales de la energética y de la
mecánica, es inmaterial. Actúa también sobre la materia, puesto que es gracias
a él que ella está viva; él produce en lugares del espacio concreto efectos
mecánicos y físicos-químicos, puesto que bajo su acción, los seres vivientes se
mueven y asimilan.
Uno se encuentra pues
como siempre delante de numerosas dificultades, a saber lo “material” y lo
“inmaterial”; lo menos que se puede decir es que las teorías de los místicos no
se explican más que por otras preocupaciones.
En
el fondo y en general, las ideas filosóficas del ilustre y sentido Henri
Poincaré definen con claridad lo que es y lo que vale la ciencia. El la libera
del absoluto metafísico; por otra parte, muestra cuánto el escepticismo a su
respecto está mal fundado. La primera parte de su obra ponía en relieve sobre
todo la base convencional sobre la cual reposan las matemáticas, la mecánica,
los grandes principios (base necesariamente convencional, en efecto, puesto que
todo ello es lenguaje). En esto se han amparado los filósofos místicos
apoyándose sobre el hecho de que si el más grande matemático reconoce lo
arbitrario de su ciencia, con más razón, todas las otras ciencias, mucho menos
rigurosas que aquella, son creaciones puramente humanas, incapaces
de corresponder a la Realidad.
La
filosofía de Henri Bergson5 a pesar de
su “intuicionismo” tan discutido6 permanece
sin embargo como una enseñanza bien establecida.
Uno
de los caracteres más sorprendentes del bergsonismo es que constituye un
edificio de dos pisos: el piso noble, del espíritu y la vida, y el piso de la
materia. Es inútil decir que Bergson acapara para la filosofía el piso
superior, dejando a la ciencia el cuidado de manipular en los subsuelos aquello
que es inerte, muerto y sin belleza. Entre los dos pisos hay sin embargo
correspondencias exactas, cada cosa de arriba tiene abajo su simetría; he aquí
algunas de estas correspondencias:
Piso
Superior
|
Piso Inferior
|
|
Espíritu
|
correspondiendo a
|
Materia
|
Filosofía
|
Ciencia
|
|
Intuición
|
Inteligencia
|
|
Duración
|
Tiempo
|
|
Extensión
|
Espacio
|
|
Movilidad
|
Inmovilidad
|
|
Irreversibilidad
|
Reversibilidad
|
|
Haciéndose
|
Todo hecho
|
Tomado de Los Propósitos Psicológicos Tomo XXXIII
Titulado Místicos Y Humanistas del Dr. Serge Raynaud de
la Ferrière...