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lunes, 4 de junio de 2018

EL MAESTRE HABLA ENSEÑANZA PERIÓDICA SOBRE LA CIENCIA DEL PENSAMIENTO, DEL ALMA Y DEL ESPÍRITU. EL HOMBRE COMO UN TODO

EL MAESTRE HABLA
ENSEÑANZA PERIÓDICA SOBRE LA CIENCIA
DEL PENSAMIENTO, DEL ALMA Y DEL ESPÍRITU.
EL HOMBRE COMO UN TODO
El Sabio va en busca de la Luz y los locos se la dan”...
         El gran error de la filosofía occidental radica ante todo en haber examinado el alma y el cuerpo como dos cosas distintas, mientras que la Ciencia del hombre debe ser encarada como un todo. Es con Descartes, sin ninguna duda, que ese modo de considerar el físico y la moral como heterogéneos se ha acentuado. Al contrario de esa concepción, la actividad humana puede ser comparada a una amiba cuyos miembros múltiples y transitorios los seudópodos, están hechos de una sustancia única.
Las funciones espirituales están ligadas íntimamente al carácter fisiológico del individuo y algunas de estas actividades pueden aun acompañarse de modificaciones (tanto anatómicas como funcionales) de los tejidos y de los órganos. En el otro sentido, un trabajo físico especial (como los ejercicios de los Yogis) puede producir un fenómeno de desarrollo de la conciencia.
Sin embargo la primacía de la materia y la edad del utilitarismo son opuestas a la expansión espiritual que, de otra parte, no es muy ayudada por las religiones, que han sido racionalizadas y de las cuales todo elemento místico ha sido eliminado. En este medio es difícil evolucionar, pues, el cuerpo se defiende mejor contra el mundo cósmico, que la conciencia contra el mundo psicológico; él se protege contra las incursiones de los agentes físicos y químicos con la piel y la mucosa intestinal, mientras que la conciencia tiene fronteras completamente abiertas, como lo ha dicho tan bien Alexis Carrel.
A pesar de todo, aun en medio de la muchedumbre es posible encontrar la soledad, como lo proclama Marco Aurelio: “Puedes retirarte en ti mismo si lo quieres y cuando lo quieras”. Es en ese momento de aislamiento que se presenta la primera meditación sobre nosotros mismos, por ejemplo: descubrimos que siendo el mismo ser, cambiamos y no somos idénticos a como éramos en el pasado. Esa impresión de alguna cosa indefinible es, sin duda, debida al isocronismo y a la heterocronía de las células1.
Sabemos, por cierto, que nuestro organismo, sin dejar de ser la misma entidad, se transforma constantemente a medida que el tiempo transcurre, pero la conciencia, sobre todo ella, toma diversos aspectos en la infancia y en la madurez. Los elementos que nos constituyen parecen tener ellos también su propia conciencia y el fenómeno que hace que cada elemento del cuerpo se acomode con los otros (y los otros con él), toma un aspecto teleológico, pues se adapta y se modifica como si conociera las necesidades actuales y aun futuras del conjunto.
Nuestra individualidad propia, tiene su base en lo más profundo de nosotros mismos, escribe el autor del “El Hombre ese desconocido”, y entre los seres humanos que se han sucedido sobre la tierra no se han hallado dos, sin duda, que tengan una constitución química idéntica. La especificidad del individuo depende probablemente de la disposición interior de gruesas moléculas, procedentes de la combinación de un hapteno2 y de una proteína.
El profesor Richet ha demostrado que existe una personalidad humoral, así como una personalidad psicológica.
En fin, podemos preguntarnos, sabiendo que el género de alimentación transforma nuestro organismo, si la experiencia mística no debería empezar con el estadio de la disciplina física, como la Hatha Yoga lo enseña. Por otra parte, como la individualidad es una cosa única en sí, el proceso de evolución espiritual de un hombre no puede ser idéntico para otro y cada uno puede perfeccionar su propia realización.
Todos somos diferentes mentalmente y el ejemplo de los Seres Superiores no puede servir sino en una muy débil medida para una línea de conducta: los más grandes Maestros no han dado un camino a seguir y se han contentado con dar consejos de moralidad, de animación al estudio o a la práctica de virtudes.
Las diferentes escuelas han cometido el error, sin duda, de insistir demasiado sobre los valores humanos, como si se tratara de características individuales y de ahí nació rápidamente el espíritu dogmático. Se han confundido los conceptos de espíritu y de método: existe una ciencia humana, pero también numerosas técnicas. Los humanos no están unidos entre sí sino por una parte: la porción hereditaria que, en efecto, no contiene más que la mitad de los factores en cada generación; no son pues sino la mitad de genes, colocados a lo largo de los cromosomas, los que vienen a determinar las características ancestrales3 Es tan imposible enumerar esos elementos como el conocer la cepa de su calidad: ellos aportan, es cierto, algunas tendencias de los padres, de los abuelos, etc., pero se ignora en que proporción.
A esas tendencias, introducidas así en el nuevo embrión, es preciso agregar las condiciones encontradas en el desarrollo, para tener la originalidad del ser; pero incluso una clasificación es difícil. Es por eso que los behavioristas pretenden que la educación es primordial y que la herencia no cuenta para nada, mientras que los genetistas sostienen que la herencia es como un determinismo (el fatum) y que la solución no se encuentra en la educación, sino en la eugenesia.
Hay, ciertamente, todavía muchas cosas que agregar a esas dos teorías, cada una incompleta, como uno puede darse cuenta inmediatamente por la experiencia. Algunas leyes bien establecidas (la de Mendel en particular), nos enseñan cómo se transmiten las tendencias ancestrales, pero es difícil establecer la proporción entre aquello que es hereditario y lo adquirido. En fin, hay un cierto Principio que es preciso hacer entrar en línea de cuenta, aunque científicamente poco analizable: el espíritu.
Numerosos fenómenos han sido registrados desde hace mucho tiempo y la Ciencia actual comienza a interesarse hasta el punto que ciertas investigaciones sobre la metafísica son efectuadas por sabios, cuya seriedad no se pone en duda. El espíritu no está inscrito enteramente en las cuatro dimensiones del continuum físico y se encuentra en el universo material, sin dejar de pertenecer a otra esfera igualmente; puede, por otra parte, prolongarse más allá del tiempo y del espacio.
La individualidad pues, no es solamente un aspecto del organismo, o aun, un carácter esencial de cada uno de esos elementos y no se detiene en la superficie del cuerpo: es ahí que la humanidad puede ser considerada, no como un compuesto de elementos separados, sino como un Todo que comprende no solo a todos los individuos sino aun al mundo cósmico y a todo aquello que existe en el Universo.
No existe una completa independencia de los seres y las cosas: eso no es más que una ilusión, debida a nuestra ignorancia, de aquello que la teoría hindú del maya (espejismo, ilusión, vista falsa del mundo) enseña desde hace varios milenios.
Los verdaderos elementos espirituales provienen, pues, de un mundo exterior al nuestro y nosotros podemos, así como respiramos el aire, ser penetrados por la Gracia de Dios.
Tomado de Los Propósito Psicológico Tomo X  Educación Cristiana del Dr. Serge Raynaud de la Ferrière fundador de la Gran Fraternidad Universal.




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