EL MAESTRE HABLA
ENSEÑANZA PERIÓDICA SOBRE LA CIENCIA
DEL PENSAMIENTO, DEL ALMA Y DEL ESPÍRITU.
EL HOMBRE COMO UN TODO
“El Sabio
va en busca de la Luz y los locos se la dan”...
El gran error de
la filosofía occidental radica ante todo en haber examinado el alma y el cuerpo
como dos cosas distintas, mientras que la Ciencia del hombre debe ser encarada
como un todo. Es con Descartes, sin ninguna duda, que ese modo de considerar el
físico y la moral como heterogéneos se ha acentuado. Al contrario de esa
concepción, la actividad humana puede ser comparada a una amiba cuyos miembros
múltiples y transitorios los seudópodos, están hechos de una sustancia única.
Las funciones espirituales están
ligadas íntimamente al carácter fisiológico del individuo y algunas de estas
actividades pueden aun acompañarse de modificaciones (tanto anatómicas como
funcionales) de los tejidos y de los órganos. En el otro sentido, un trabajo
físico especial (como los ejercicios de los Yogis) puede producir un fenómeno
de desarrollo de la conciencia.
Sin embargo la primacía de la
materia y la edad del utilitarismo son opuestas a la expansión espiritual que,
de otra parte, no es muy ayudada por las religiones, que han sido
racionalizadas y de las cuales todo elemento místico ha sido eliminado. En este
medio es difícil evolucionar, pues, el cuerpo se defiende mejor contra el mundo
cósmico, que la conciencia contra el mundo psicológico; él se protege contra
las incursiones de los agentes físicos y químicos con la piel y la mucosa intestinal,
mientras que la conciencia tiene fronteras completamente abiertas, como lo ha
dicho tan bien Alexis Carrel.
A pesar de todo, aun en medio de la muchedumbre es posible
encontrar la soledad, como lo proclama Marco Aurelio: “Puedes retirarte en ti mismo
si lo quieres y cuando lo quieras”. Es en ese momento de aislamiento que se
presenta la primera meditación sobre nosotros mismos, por ejemplo: descubrimos
que siendo el mismo ser, cambiamos y no somos idénticos a como éramos en el
pasado. Esa impresión de alguna cosa indefinible es, sin duda, debida al
isocronismo y a la heterocronía de las células1.
Sabemos, por cierto, que nuestro organismo, sin dejar de ser la
misma entidad, se transforma constantemente a medida que el tiempo transcurre,
pero la conciencia, sobre todo ella, toma diversos aspectos en la infancia y en
la madurez. Los elementos que nos constituyen parecen tener ellos también su
propia conciencia y el fenómeno que hace que cada elemento del cuerpo se
acomode con los otros (y los
otros con él), toma un aspecto teleológico, pues se adapta y se modifica como
si conociera las necesidades actuales y aun futuras del conjunto.
Nuestra individualidad propia, tiene su base en lo más profundo de
nosotros mismos, escribe el autor del “El Hombre ese desconocido”, y entre los
seres humanos que se han sucedido sobre la tierra no se han hallado dos, sin
duda, que tengan una constitución química idéntica. La especificidad del
individuo depende probablemente de la disposición interior de gruesas
moléculas, procedentes de la combinación de un hapteno2 y de una proteína.
El profesor Richet ha demostrado
que existe una personalidad humoral, así como una personalidad psicológica.
En fin, podemos preguntarnos,
sabiendo que el género de alimentación transforma nuestro organismo, si la
experiencia mística no debería empezar con el estadio de la disciplina física,
como la Hatha Yoga lo enseña. Por otra parte, como la individualidad es una
cosa única en sí, el proceso de evolución espiritual de un hombre no puede ser
idéntico para otro y cada uno puede perfeccionar su propia realización.
Todos somos diferentes
mentalmente y el ejemplo de los Seres Superiores no puede servir sino en una
muy débil medida para una línea de conducta: los más grandes Maestros no han
dado un camino a seguir y se han contentado con dar consejos de moralidad, de
animación al estudio o a la práctica de virtudes.
Las diferentes escuelas han cometido el error, sin duda, de
insistir demasiado sobre los valores humanos, como si se tratara de
características individuales y de ahí nació rápidamente el espíritu dogmático.
Se han confundido los conceptos de espíritu y de método: existe una ciencia
humana, pero también numerosas técnicas. Los humanos no están unidos entre sí
sino por una parte: la porción hereditaria que, en efecto, no contiene más que
la mitad de los factores en cada generación; no son pues sino la mitad de
genes, colocados a lo largo de los cromosomas, los que vienen a determinar las
características ancestrales3 Es tan imposible enumerar esos
elementos como el conocer la cepa de su calidad: ellos aportan, es cierto,
algunas tendencias de los padres, de los abuelos, etc., pero se ignora en que
proporción.
A esas tendencias, introducidas
así en el nuevo embrión, es preciso agregar las condiciones encontradas en el
desarrollo, para tener la originalidad del ser; pero incluso una clasificación
es difícil. Es por eso que los behavioristas pretenden que la educación es
primordial y que la herencia no cuenta para nada, mientras que los genetistas
sostienen que la herencia es como un determinismo (el fatum) y que la solución
no se encuentra en la educación, sino en la eugenesia.
Hay, ciertamente, todavía muchas
cosas que agregar a esas dos teorías, cada una incompleta, como uno puede darse
cuenta inmediatamente por la experiencia. Algunas leyes bien establecidas (la
de Mendel en particular), nos enseñan cómo se transmiten las tendencias
ancestrales, pero es difícil establecer la proporción entre aquello que es
hereditario y lo adquirido. En fin, hay un cierto Principio que es preciso
hacer entrar en línea de cuenta, aunque científicamente poco analizable: el
espíritu.
Numerosos fenómenos han sido
registrados desde hace mucho tiempo y la Ciencia actual comienza a interesarse
hasta el punto que ciertas investigaciones sobre la metafísica son efectuadas
por sabios, cuya seriedad no se pone en duda. El espíritu no está inscrito
enteramente en las cuatro dimensiones del continuum físico y se encuentra en el
universo material, sin dejar de pertenecer a otra esfera igualmente; puede, por
otra parte, prolongarse más allá del tiempo y del espacio.
La individualidad pues, no es
solamente un aspecto del organismo, o aun, un carácter esencial de cada uno de
esos elementos y no se detiene en la superficie del cuerpo: es ahí que la
humanidad puede ser considerada, no como un compuesto de elementos separados,
sino como un Todo que comprende no solo a todos los individuos sino aun al
mundo cósmico y a todo aquello que existe en el Universo.
No existe una completa
independencia de los seres y las cosas: eso no es más que una ilusión, debida a
nuestra ignorancia, de aquello que la teoría hindú del maya (espejismo,
ilusión, vista falsa del mundo) enseña desde hace varios milenios.
Los verdaderos elementos
espirituales provienen, pues, de un mundo exterior al nuestro y nosotros
podemos, así como respiramos el aire, ser penetrados por la Gracia de Dios.
Tomado de Los Propósito Psicológico Tomo X Educación Cristiana del Dr. Serge Raynaud de
la Ferrière fundador de la Gran Fraternidad Universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario