El Maestre habla...
CIENCIA Y ESPIRITUALISMO...
Joel Hurtado Ramón
A pesar de
que ciertas gentes, entre las cuales está
el mismo Bergson, no consideraban el bergsonismo como un sistema filosófico
sino como un puro método, éste no es menos que un espiritualismo; ¿qué se
necesita, en efecto, que baste también al espiritualismo? un corte, cualquiera
que sea practicado de tal manera que el espíritu esté de un lado y la materia
del otro, un dualismo irreductible.
En efecto, si no hay corte, uno estará obligado a decir que todo
es materia o que todo es espíritu, lo cual se convierte absolutamente en lo
mismo.
El gran mérito de Bergson ha sido el de hacer
inteligible las dos “especies de duración” de las cuales se sirve para
esforzarse en resolver las dificultades de
todo orden que surgen a propósito del corte entre el espíritu y la materia. Una
de esas “especies de duración” es aquella que llama la duración cuyo modelo se
encuentra en los fenómenos psicológicos; la otra, el tiempo homogéneo, que
confundido con el espacio enmarcaría los fenómenos de los cuales la materia es
la sede. Nuestra conciencia, dice en sustancia Bergson, nos da el espíritu y la
vida en función de la duración y nuestra inteligencia traduce esos
datos en lenguaje de tiempo
homogéneo. De ahí las contradicciones que nos parecen insolubles y que no
son más que apariencias debidas al pésimo utensilio de nuestro pensamiento.
La doctrina bergsoniana enseña que el acto
libre es aquel que está determinado, aun contra
nuestra voluntad formulada, por
las fuerzas más constantes de nuestro Yo. ¡Libertad! proclama Bergson, puesto
que ahora el Yo se determina a sí mismo y por aquello que existe de más “sí
mismo” en él.
¡Determinismo! replica Le Dantec, puesto que nuestros actos más
determinados y mejor determinables son precisamente aquellos que responden a lo
que hay de más constante en nuestros funcionamientos tanto biológicos como
psicológicos.
Esta discusión se plantea únicamente sobre el
plano de lo apropiado de los términos, la querella de las palabras se elimina
solo al adherirse al carácter de imprevisibilidad por el cual Bergson distingue
el acto libre. Pero, Félix Le Dantec también declara implícitamente que no se
puede escribir por anticipado la historia de un individuo*, señalando que esa historia es
irreversible y que el sosia es inconcebible.
En consecuencia, se le atribuye a Le Dantec hacer también una
filosofía en dos pisos, uno al menos para lo reversible y lo previsible, otro
para lo irreversible y lo imprevisible, permaneciendo este último fuera del
alcance de la ciencia cuya atribución es de prever. Esto sería un error: Le
Dantec no admite más que un piso de conocimiento, aquel de la Ciencia. El mismo
hecho de que la Ciencia sea progresiva supone que sus leyes no se formulan
jamás con una exactitud absoluta, aunque siempre con una aproximación.
En la doctrina de Le Dantec, no hay en ninguna parte, en el campo
del conocimiento, una barrera que limite el dominio propio de la ciencia.
Aunque la opinión de Bergson sea todo lo opuesto, no es menos precioso marcar
los puntos tan numerosos y tan importantes donde se encuentra con Le Dantec. En
fin, como lo hace notar Jules Sageret: el acuerdo absolutamente involuntario de
dos grandes espíritus, realizado por dos métodos que se encaran lo más a menudo
como contradictorios, da las mejores garantías imaginables para una conquista
de verdades.
Demos aun la palabra a Sageret para que nos
hable del Pragmatismo. El
pragmatismo es una doctrina que se había desarrollado desde hace un cierto
tiempo en los Estados Unidos y en Inglaterra, antes de que la traducción de las
obras de William James lo popularizara en Francia. Continuador de los Pierce,
los Dewey, los Schiller, sus escritos respiran buen humor, salud, buen sentido
y una familiaridad que no excluye elevación. W. James llegaba justo a punto
para respaldar en Francia la ola de renovación religiosa que crecía ya. Los
defensores de los dogmas cristianos, sobre todo los católicos, tendían a basar
la fe en la disciplina social. Es preciso, decían, una moral sustraída al
sentido crítico del individuo; ahora bien, nada, sino una religión dogmática,
tiene el poder de hacerla imperativa para todas las conciencias. En resumen, el
deber social de la razón arrastra la adhesión a los dogmas considerados como
una verdad cierta.
Esta teoría de la verdad, que reduce una a otra las nociones de
utilidad, de eficacidad prácticas y la noción de verdad, no introduce más que
confusiones en el lenguaje y el pensamiento, a pesar de que ofrece ciertas
facilidades a la Fe. Antes de ella, se empleaba la palabra “verdadero” en
varias acepciones, pero se sabía distinguirlas y se conocía una que no se
confundía ni con bueno, ni con útil, ni con eficaz...una acepción donde la
palabra “verdadero” poseía el monopolio exclusivo. El pragmatismo suprime esta
acepción particular.
“…Lo verdadero -dice W. James- está comprendido
en el bien, la verdad es un bien de cierta manera y no, como se supone ordinariamente,
una categoría fuera del bien... La
palabra VERDADERO designa
todo aquello que se constata como bueno bajo la forma de una creencia y como
bueno, además, por razones definidas, susceptibles de ser especificadas.”
La definición de lo verdadero por W. James,
es un círculo vicioso. Se expresaría,
en efecto, como sigue: “La palabra verdadero designa todo aquello que se
constata como bueno... para llegar a la verdad.”
Apenas es necesario especificar la actitud
del pragmatismo frente a la ciencia; las leyes, las teorías científicas no
tienen valor más que por su utilidad. Se trata pues de presentarlas como
debidas enteramente a la fabricación humana,
como simples instrumentos. Verdaderas herramientas son buenas herramientas y
son llamadas buenas cuando nos sirven para alcanzar, con el mínimo esfuerzo y
tiempo, un resultado deseado.
El pragmatismo, en efecto, que considera la
verdad científica como una regla de acción, no puede encarar los dogmas de otra
manera. Los dogmas, para él, no son verdaderos más que en la medida en la cual
sentimos que ellos nos mejoran. He ahí aquello que no podría admitir una
religión de autoridad, bajo pena de dejar el campo libre a la interpretación y
elección individuales y, en consecuencia, de abdicar la autoridad. “El
católico, dice Edouard Le Roy, después de haber aceptado los dogmas, tiene toda
libertad para hacerse con los objetos en correspondencia con la personalidad
divina… con la representación intelectual que él quiera... Una sola obligación
le incumbe: su teoría deberá justificar las reglas prácticas enunciadas por el
dogma, su representación intelectual deberá rendir cuenta de las prescripciones
dictadas por el dogma.”
Este pasaje expone muy claramente, aunque
abreviado, la acomodación pragmatista del catolicismo o de toda otra religión
provista de dogmas.
Los “modernistas” y en particular el Abad Loisy, con una
concepción análoga, han intentado impedir todo desacuerdo entre su Fe y los
resultados de la crítica libre. Sin adherirse todos al pragmatismo en su
conjunto, lo aplican a su creencia religiosa. Y por ello, el gobierno
espiritual de los católicos los ha declarado enérgicamente culpables, pues
exige todo lo contrario: Sed, dice él, pragmatistas para venir a mí, o fuera de
mí, es vuestro asunto; pero, en el territorio de pensamiento sometido a mi
jurisdicción, prohibición absoluta de profesar tal doctrina. El Abad Loisy, que
aceptó el dogma de la resurrección de Cristo, no llegaba, en tanto que
historiador, a ver una verdad histórica; entonces hizo del objeto del dogma una
representación intelectual, una teoría, que dedicaba a explicar los efectos
morales queridos y producidos por el dogma; él decía, si tengo buena memoria,
que el Cristo había resucitado en su Iglesia. Según la tesis de Edouard Le Roy,
el eminente exégeta no habría incurrido ahí en ningún reproche de herejía. Pero
no fue esa la opinión del Papa, soberano en materia de Fe, que puso al Abad
Loisy en la alternativa de retractarse o verse tratado como rebelde.
Serge Raynaud de la Ferrière
Los Propósitos Psicológicos
Tomo XXXIII
Místicos Y Humanistas
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