CONFUCIO
Y LAS NUEVE REGLAS UNIVERSALES PARA EL BUEN GOBIERNO.
Joel
Hurtado Ramón
En estos turbulentos tiempos
de lenta agonía social, económica y humana, donde un ciclo termina y otro
comienza para una renovación total, como siempre ha sucedido desde las más remotas épocas, en las cuales el homínido, llamado “homo sapiens”, tuvo su origen, es importante conmemorar a lo
mejor que la humanidad ha dado como seres pensantes que de alguna manera
justifican el calificativo de “sapiens”.
Hoy quiero recordar a uno de
los más brillantes pensadores cuyo nombre es Kong Zi pero que en occidente se
le conoce como Confucio.
Fue Filósofo, teórico social y fundador de un
sistema ético - más que religioso - que ha llegado hasta nuestros días, Kong Zi
(Confucio, para occidente) vivió en la China feudal hace 2.500 años, entre el
551 y el 479 a. C. Sus orígenes eran muy humildes, pero desde joven mostró una
gran inclinación por los libros antiguos y, con el tiempo, desempeñó una alta
posición como funcionario del estado de Lu, en la actual provincia de Shandong.
Por la amplitud y
profundidad de su sabiduría, pronto llegó a ser conocido como Kong el Sabio
(Kong Fuzi, que los misioneros escribieron como Confucio), pero esa nombraría
no impidió que una intriga política le obligara a exiliarse y a peregrinar
durante trece años de una corte a otra, intentando persuadir a los monarcas de
que adoptaran sus ideas sobre la justicia y la convivencia en armonía.
Decepcionado, acabaría
refugiándose en la enseñanza y reuniendo a su alrededor a numerosos discípulos,
con los que recogió y sistematizó los cinco grandes textos de la tradición
china: El célebre Yi Jing (I-Ching) o Libro de las Mutaciones, el Shu Jing o
Canon de la Historia, el Shi Jing (Libro de las Canciones), el Li Ji (Libro de
los Ritos) y los Chun Qiu o Anales de primavera y otoño.
Las enseñanzas de Confucio,
que han llegado hasta nosotros gracias a sus alumnos, se encuentran reunidas en
los cuatro libros clásicos.
La doctrina de Confucio:
Filosofía, Moral y Política de la China. Estos cuatro libros, que Confucio no
redactó personalmente, son el canon de su escuela, también conocida como -de
los Letrados- Frente al individualismo anarquizante del taoísmo, el
confucianismo representa la dimensión social del hombre, cuya moralidad viene
definida por el deber, la posición y la función, ya sea en la familia o en el
Estado. Se trata de textos, en fin, que demuestran que la historia y la cultura
chinas son tan incomprensibles sin las doctrinas de Confucio como las europeas
sin la filosofía griega y el cristianismo.
Lejos de la mística y las
creencias religiosas, la enseñanza de Confucio se propone como una filosofía
práctica, como un sistema de pensamiento orientado hacia la vida y destinado al
perfeccionamiento de uno mismo.
El objetivo no es la
"salvación", sino la sabiduría y el autoconocimiento.
Primer Libro Clásico (Ta-Hio
o Gran Ciencia) atribuido al nieto de Kung-Tse y dedicado a los conocimientos
propios de la madurez.
Segundo Libro Clásico
(Chung-Yung o Doctrina del Medio) que trata de las reglas de la conducta
humana, del ejemplo de los buenos monarcas y la justicia de los gobiernos.
Tercer Libro Clásico (Lun-Yu
o Comentarios filosóficos) también conocido como Analectas que resume de forma
dialogada lo esencial de la doctrina de Kung-Tse.
Cuarto Libro Clásico
(Meng-Tse o Libro de Mencio) compuesto por su más destacado seguidor, que vivió
entre los años 371 y 289 a. C.
El poco legado escrito que Confucio dejó,
las Analectas, es una colección de conversaciones con sus discípulos que basa toda su filosofía moral en una enseñanza
central: el “ren” que es la virtud de la humanidad y a su vez está basada en la
benevolencia, la lealtad, el respeto y la reciprocidad.
Estos valores de Confucio
son imprescindibles en las relaciones humanas.
A continuación cito algunos
de sus pensamientos:
Para el buen gobierno de los
reinos es necesaria la observancia de nueve reglas universales: el dominio y
perfeccionamiento de uno mismo, el respeto a los sabios, el amor a los
familiares, la consideración hacia los ministros por ser los principales
funcionarios del reino, la perfecta armonía con todos los funcionarios
subalternos y con los magistrados, unas cordiales relaciones con todos los
súbditos, la aceptación de los consejos y orientaciones de sabios y artistas de
los que siempre debe rodearse el gobernante, la cortesía con los transeúntes y
extranjeros, y el trato honroso y benigno para con los vasallos.
Cuando el hombre prudente es
elevado a la dignidad soberana, no se enorgullece ni envanece por ello; si su
posición es humilde, no se rebela contra los ricos y poderosos. Cuando el reino
es administrado con justicia y equidad, bastará su palabra para que le sea
conferida la dignidad que merece; cuando el Reino sea mal gobernado, y se
produzca disturbios y sediciones, bastará su silencio para salvar su persona. Todos
los seres participan en la vida universal, y no se perjudican unos a otros.
Todas las leyes de los cuerpos celestes y las que regulan las estaciones se
cumplen simultáneamente sin interferirse entre sí. Las fuerzas de la naturaleza
se manifiestan tanto haciendo deslizar un débil arroyo como desplegando
descomunales energías capaces de transformar a todos los seres, y en esto
consiste precisamente la grandeza del cielo y de la tierra.
El sabio pretende que sus
acciones virtuosas pasen desapercibidas a los hombres, pero día por día se
revelan con mayor resplandor; contrariamente, el hombre inferior realiza con
ostentación las acciones virtuosas, pero se desvanecen rápidamente. La conducta
del sabio es como el agua: carece de sabor, pero a todos complace; carece de
color, pero es bella y cautivadora; carece de forma, pero se adapta con
sencillez y orden a las más variadas figuras.
Contrólate a ti mismo hasta
en tu casa; no hagas, ni aún en el lugar más secreto, nada de lo que puedas
avergonzarte.
Sin ofrecer bienes
materiales el sabio se gana el amor de todos; sin mostrarse cruel ni
encabezado, es temido por el pueblo más que las hachas y las lanzas.
La pompa y la ostentación
sirven de muy poco para la conversión de los pueblos.
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