CONFIANZA,
CREDIBILIDAD Y CORRUPCIÓN
Joel
Hurtado Ramón
Recientemente el presidente de la República afirmó que el
país atraviesa por una crisis de confianza y credibilidad, en otras palabras
podemos entender que no existe el valor que la sociedad le daba a estos
conceptos en otros tiempos no tan remotos.
El filósofo político John
Dunn afirmaba que «la confianza mutua se encuentra
en el núcleo de todos los procesos políticos», reiteraba un tema que se
remonta, al menos, a Thomas Hobbes y a John Locke, y muchos otros pensadores
preocupados por el quehacer humano. En fechas recientes, el tema ha sido
reformulado con fuerza por los autores de la escuela del capital social. De
acuerdo con ellos, la confianza social es el elemento central en un complejo círculo
virtuoso en el cual un conjunto de actitudes, como la mutualidad, la
reciprocidad y la confianza, se asocian con la participación social y la
implicación en asuntos comunitarios y cívicos; éstos contribuyen a construir
las instituciones sociales y políticas necesarias para unos gobiernos
democráticos y eficientes; y éstos, a su vez, crean las condiciones en las
cuales pueden florecer la confianza social y política. En el nivel individual,
la confianza es la piedra angular, la respuesta directa que se encuentra
asociada a un clima de confianza social que permite a los ciudadanos cooperar
entre sí, construir una identidad común y perseguir objetivos comunes. En el
nivel estructural, unas organizaciones comunitarias efectivas, y en especial
las asociaciones voluntarias, constituyen un presupuesto esencial y necesario
para construir las instituciones sociales, económicas y políticas de la
sociedad democrática moderna.
Por su parte el analista
Carlos Rambio afirma que es habitual posicionar a la Administración pública
contemporánea en varias encrucijadas y una de éstas es reflexionar sobre sus
problemas de legitimidad y credibilidad social. La Administración pública va
perdiendo su vigor formal derivado de la fortaleza inherente al concepto de
Estado clásico y se ha transformado en un instrumento que capta recursos para
transformarlos en servicios directos e indirectos a los ciudadanos. Los
ciudadanos, en su acepción actual, se han convertido en “propietarios”
políticos y económicos de la Administración y le exigen resultados. La sociedad
se ha envalentonado y ha perdido el miedo (¿y el respeto?) a un inmensa
maquinaria burocrática que seguía designios difícilmente comprensibles (siempre
legales formalmente), y disponía a su antojo de importantes facetas de la vida
pública y privada de los administrados-súbditos. Utilizando una terminología
llana y conceptualmente exagerada ¿qué puede hacer una organización
acostumbrada a dominar a su entorno gracias a un respeto derivado del miedo
cuando se va diluyendo esta lógica de dominación? Respuesta: una encrucijada
más, la “madre de las encrucijadas” o el desmadre total -podríamos añadir.
¿Realmente va a conseguir la Administración
pública la legitimidad (¿o poder?) perdida y la credibilidad ansiada con unos
políticos empresarios con cuentas de resultados que mezclan dineros y votos,
con unos empleados que tienen como objetivo principal mejorar indicadores para
poder ampliar al máximo su parte variable del sueldo y, finalmente, con unos
clientes de servicios públicos que se comportan como tales, muchas veces, de
forma irracional (“el cliente siempre tiene razón” favorece pautas indeseables)
pero que no están dispuestos a reconocer ni una sola obligación?. Todo parece
indicar, manteniendo el tono exagerado (en absoluto demagógico) que tiene la
virtud de hacer emerger los elementos ocultos, que en el futuro se va a ir
perdiendo una cultura administrativa como tal, se van a extraviar los valores
públicos entre los políticos y los funcionarios e irremediablemente se va a
perder la legitimidad y no se va a alcanzar la credibilidad de la
Administración pública en una sociedad conformada por unos clientes preñados de
demandas y razones y ajenos a los problemas y obligaciones sociales. Un
planteamiento neopúblico, en cambio, propone conseguir la legitimidad y
credibilidad social mediante el refuerzo de una cultura administrativa
edificada sobre unos sólidos valores y ética pública.
Solo una cosa es definitiva,
la confianza y la credibilidad se irán perdiendo cada vez más y jamás se recuperarán
si quienes tienen a su cargo la administración pública sigue usándola para el enriquecimiento personal con total
cinismo y desprecio por los valores sociales, esto es lo que desafortunadamente ha contaminado todo el entorno social ya que
la sociedad misma en su conjunto pierde el respeto a todo y a todos con sus pocas excepciones;
aquí es donde el ejemplo de que una manzana podrida pudre a las demás se hace
realidad porque se cumple aquel refrán de que lo que hace la mano hace la tras.
A final de cuentas la
sociedad percibe que el mundo de la política, que debiera ser un ejercicio de
servicio a la comunidad, se convierte en un conjunto de pillos y bribones, con
sus relevantes excepciones, de donde
surgen multitud de millonarios o nuevos ricos que se convierten en
“empresarios” sin haber arriesgado un centavo de sus bolsillos gracias a los
dineros públicos.
El enlace definitivo entre
la falta de credibilidad y confianza es la corrupción que como divino tesoro llena las manos y los
bolsillos de quienes debieran de estar al servicio de los otros y no de ellos
perdiéndose por completo lo que Aristóteles afirmaba de que la política era la
ciencia de todas las ciencias por su servicio a la moral pública y a la
sociedad en su conjunto.
En definitiva la corrupción en materia política, se
refiere a aquellos funcionarios que utilizan la función pública para su
propio beneficio, y no
para satisfacer el bien común, siendo
esta última razón, por la cual fueron electos para esos cargos.
La corrupción social es la que contempla el
accionar irresponsable de quienes componen la comunidad, y solo se preocupan egoístamente por sus
intereses, sin importar que para sus beneficios personales, haya gente que
resulte injustamente perjudicada. ¿Después de todo esto se puede seguir teniendo
confianza y credibilidad en los
políticos y en las instituciones a la que debieran servir?
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