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sábado, 24 de marzo de 2018

CONFIANZA, CREDIBILIDAD Y CORRUPCIÓN
Joel Hurtado Ramón
Recientemente  el presidente de la República afirmó que el país atraviesa por una crisis de confianza y credibilidad, en otras palabras podemos entender que no existe el valor que la sociedad le daba a estos conceptos en otros tiempos no tan remotos.
El filósofo político John Dunn   afirmaba que «la confianza mutua se encuentra en el núcleo de todos los procesos políticos», reiteraba un tema que se remonta, al menos, a Thomas Hobbes y a John Locke, y muchos otros pensadores preocupados por el quehacer humano. En fechas recientes, el tema ha sido reformulado con fuerza por los autores de la escuela del capital social. De acuerdo con ellos, la confianza social   es el elemento central en un complejo círculo virtuoso en el cual un conjunto de actitudes, como la mutualidad, la reciprocidad y la confianza, se asocian con la participación social y la implicación en asuntos comunitarios y cívicos; éstos contribuyen a construir las instituciones sociales y políticas necesarias para unos gobiernos democráticos y eficientes; y éstos, a su vez, crean las condiciones en las cuales pueden florecer la confianza social y política. En el nivel individual, la confianza es la piedra angular, la respuesta directa que se encuentra asociada a un clima de confianza social que permite a los ciudadanos cooperar entre sí, construir una identidad común y perseguir objetivos comunes. En el nivel estructural, unas organizaciones comunitarias efectivas, y en especial las asociaciones voluntarias, constituyen un presupuesto esencial y necesario para construir las instituciones sociales, económicas y políticas de la sociedad democrática moderna.
Por su parte el analista Carlos Rambio afirma que es habitual posicionar a la Administración pública contemporánea en varias encrucijadas y una de éstas es reflexionar sobre sus problemas de legitimidad y credibilidad social. La Administración pública va perdiendo su vigor formal derivado de la fortaleza inherente al concepto de Estado clásico y se ha transformado en un instrumento que capta recursos para transformarlos en servicios directos e indirectos a los ciudadanos. Los ciudadanos, en su acepción actual, se han convertido en “propietarios” políticos y económicos de la Administración y le exigen resultados. La sociedad se ha envalentonado y ha perdido el miedo (¿y el respeto?) a un inmensa maquinaria burocrática que seguía designios difícilmente comprensibles (siempre legales formalmente), y disponía a su antojo de importantes facetas de la vida pública y privada de los administrados-súbditos. Utilizando una terminología llana y conceptualmente exagerada ¿qué puede hacer una organización acostumbrada a dominar a su entorno gracias a un respeto derivado del miedo cuando se va diluyendo esta lógica de dominación? Respuesta: una encrucijada más, la “madre de las encrucijadas” o el desmadre total -podríamos añadir.
 ¿Realmente va a conseguir la Administración pública la legitimidad (¿o poder?) perdida y la credibilidad ansiada con unos políticos empresarios con cuentas de resultados que mezclan dineros y votos, con unos empleados que tienen como objetivo principal mejorar indicadores para poder ampliar al máximo su parte variable del sueldo y, finalmente, con unos clientes de servicios públicos que se comportan como tales, muchas veces, de forma irracional (“el cliente siempre tiene razón” favorece pautas indeseables) pero que no están dispuestos a reconocer ni una sola obligación?. Todo parece indicar, manteniendo el tono exagerado (en absoluto demagógico) que tiene la virtud de hacer emerger los elementos ocultos, que en el futuro se va a ir perdiendo una cultura administrativa como tal, se van a extraviar los valores públicos entre los políticos y los funcionarios e irremediablemente se va a perder la legitimidad y no se va a alcanzar la credibilidad de la Administración pública en una sociedad conformada por unos clientes preñados de demandas y razones y ajenos a los problemas y obligaciones sociales. Un planteamiento neopúblico, en cambio, propone conseguir la legitimidad y credibilidad social mediante el refuerzo de una cultura administrativa edificada sobre unos sólidos valores y ética pública.
Solo una cosa es definitiva, la confianza y la credibilidad se irán perdiendo cada vez más y jamás se recuperarán si quienes tienen a su cargo la administración pública sigue usándola  para el enriquecimiento personal con total cinismo y desprecio por los valores sociales, esto es lo que desafortunadamente  ha contaminado todo el entorno social ya que la sociedad misma en su conjunto pierde el respeto  a todo y a todos con sus pocas excepciones; aquí es donde el ejemplo de que una manzana podrida pudre a las demás se hace realidad porque se cumple aquel refrán de que lo que hace la mano hace la tras.
A final de cuentas la sociedad percibe que el mundo de la política, que debiera ser un ejercicio de servicio a la comunidad, se convierte en un conjunto de pillos y bribones, con sus relevantes excepciones, de  donde surgen multitud de millonarios o nuevos ricos que se convierten en “empresarios” sin haber arriesgado un centavo de sus bolsillos gracias a los dineros públicos.
El enlace definitivo entre la falta de credibilidad y confianza es la corrupción  que como divino tesoro llena las manos y los bolsillos de quienes debieran de estar al servicio de los otros y no de ellos perdiéndose por completo lo que Aristóteles afirmaba de que la política era la ciencia de todas las ciencias por su servicio a la moral pública y a la sociedad en su conjunto.
 En definitiva la corrupción en materia política, se refiere a aquellos funcionarios que utilizan la función pública para su propio beneficio, y no para satisfacer el bien común, siendo esta última razón, por la cual fueron electos para esos cargos.  


La corrupción social es la que contempla el accionar irresponsable de quienes componen la comunidad, y solo se preocupan egoístamente por sus intereses, sin importar que para sus beneficios personales, haya gente que resulte injustamente perjudicada.   ¿Después de todo esto se puede seguir teniendo confianza  y credibilidad en los políticos y en las instituciones a la que debieran servir?

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