DE
LA CORRUPCIÓN A LA IMPUNIDAD.
Joel
Hurtado Ramón
Desde los años 60 del siglo
pasado he venido observando como la sociedad en si se ha
estado deteriorando lentamente, paso a paso; he venido observando también como hemos ido perdiendo el sentido
de los valores humanos casi sin darnos cuenta; de manera inconsciente estamos
siendo movidos por fuerzas negativas y obscuras
que no solo buscan beneficiarse sino también destruirnos moral y
físicamente, globalmente hablando.
Vivimos en una sociedad
enferma físicamente y aterrorizada para donde miremos, desde el genocidio en
medio oriente y África hasta la masacre en Orlando, pasando por la ola de criminalidad
que nos asola.
El cáncer, el sida, la
diabetes, la obesidad son solo algunas de ellas más otras nuevas que se les
siguen acumulando.
Esas son enfermedades
físicas pero muchas de esas enfermedades tienen
un origen psicosomático debido a la pobreza, el desaliento y a la soledad por
abandono.
Pero existen otras
enfermedades sociales más aberrantes debido
a que son generadas por el cinismo y la
hipocresía que se va extendiendo como una forma de vivir y que llegan a ser
admiradas y seguidas por todos las personas que son hipnotizadas por el canto
de las sirenas.
La corrupción es la
principal.
Legislaciones van y
legislaciones vienen y las cosas en vez de arreglarse se descomponen
terriblemente, porque se cambia la letra pero no se cambia la actitud.
El cambio de actitud es
fundamental, pero más que cambiar debiéramos
de buscar la forma que desde los
primeros años de la educación se le enseñara a la niñez que la corrupción es un
cáncer que lo corroe todo, desde la persona hasta la familia y la sociedad, así
se crecería con una actitud diferente y habría la fuerza suficiente en la
voluntad de la persona para resistir cualquier presión externa al respecto, el
hogar también es un factor importante.
Cuando una sociedad entra en
decadencia los males se le acumulan en
todos los sentidos hasta llegar a una desaparición fatal.
Ha sucedido con todas las civilizaciones en
todas las partes del mundo, algunas recordadas otras no.
México es un país joven, con
doscientos años de independencia, pero con la pesada herencia dejada por los
españoles, que desde que llegaron a conquistar lo único que les movía era la riqueza y una
supuesta evangelización que les justificara todas sus atrocidades, y la más
pesada herencia fue precisamente la
corrupción.
Ahora, en una sociedad harta
de tanta ignominia, México como país joven trata de tirar ese lastre pesado que
lleva a la pérdida de miles de pesos al año que van a dar a los bolsillos de
unos cuantos, algunos de cuello blanco, y otros muchos atrás de esos que llevan
el cuello blanco. La criminalidad en todas sus facetas tiene este origen.
La lucha contra esta hidra
de mil cabezas no se dará fácilmente sin embargo se le destruirá porque, como
me dijo allá por los setenta un hombre sabio, las fuerzas están a nuestro favor.
Hace algunos años el
analista Enrique Calderón Alzati comentó que la corrupción es un cáncer que parece haber invadido por completo
a las instituciones, a los diferentes órganos del poder, a muchísimas empresas
y a la sociedad en su conjunto, la cual –acostumbrada a estas prácticas– la
considera parte de sí. Afortunadamente, la corrupción no es aceptada por
muchísimos mexicanos, ni ha sido practicada de la manera sistemática y absurda
como sucede hoy, dañando al país e impidiendo superar el estado de cosas en que
vivimos.
La corrupción es un problema
complejo, cuyo origen es la impunidad, la cual es especialmente grave cuando se
utiliza, solapa y promueve por los presidentes de la República y los
gobernadores. Al hacerlo dan un ejemplo a sus colaboradores, y éstos a los
suyos –en cadenas cada vez más extensas– de cómo proceder para resolver,
supuestamente, los problemas de índole personal que se les van presentando, los
que frecuentemente incluyen el pago de favores, las soluciones rápidas de problemas,
la evasión de los procedimientos establecidos y finalmente el abuso del poder
que les ha sido conferido.
Cuando un servidor público
observa o se da cuenta de que su jefe puede actuar violando los procedimientos,
e incluso las leyes establecidas sin correr ningún riesgo en vista de la
impunidad imperante, ello se convierte en una invitación a imitar lo observado,
al cabo no pasa nada. Esto inicia el proceso de reproducción de esta práctica,
que eventualmente llega a todos los niveles gubernamentales y se constituye en
el tema de conversación cotidiano y con ello, en el ejemplo a seguir para
todos.
Calderón Alzati va más allá
cuando afirma que un aspecto importante a señalar es el efecto que la
impunidad deja en el tiempo, cuyo efecto acumulativo podemos observar,
recordando cómo la corrupción, de presentarse en hechos aislados, realizados
por unas pocas personas –entre las que se incluyen altos funcionarios–, hoy día
es una práctica generalizada entre los diferentes niveles de la administración
pública.
Esta fue la historia y el
ejemplo de muchos de los gobiernos priístas que tuvo el país. Se recuerdan por
sus excesos los casos de López Portillo y de Carlos Salinas, entre otros, y
luego los de panistas, comenzando por Vicente Fox y su gobierno del cambio, con
sus escándalos comentados con asombro, por lo desmedido también de sus actos,
como el toallagate; el saqueo de la Lotería Nacional; los gastos del famoso
Vamos México, y las actividades de tráfico de influencias, las de desvío de
fondos y abusos cometidos por la esposa del Presidente, sus hijos y los grupos
de fanáticos, religiosos apadrinados por ellos. La sociedad entera esperó así
inútilmente, que en algún momento todos o algunos de ellos fueran llamados a
rendir cuentas. Hoy sigue esperando.
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