EL DEBATE DE LOS CANDIDATOS
Marcelo Ramírez Ramírez.
El término debate en política, lleva
implícito que se trata de ideas, de propuestas planteadas desde diversas ópticas,
para resolver problemas urgentes y otros que, sin serlo, deben ser considerados
para que las políticas públicas no se ahoguen en el cortoplacismo. La coyuntura importa porque representa el día de hoy, las
carencias y necesidades que están tocando a la puerta y no pueden ignorarse. La
perspectiva de mediano y largo plazo importa también, porque de ella depende la
previsión del futuro y la posibilidad, precisamente, de no vivir entrampados en
la coyuntura. El político necesita moverse en los dos planos, contar con la
perspicacia y el tacto para ofrecer
respuestas a las necesidades apremiantes y la visión del futuro, de los
escenarios del mañana. El debate entre políticos permite captar esta doble
percepción de la realidad. Cómo una radiografía, el debate revela, más allá de
las cualidades externas de la simpatía, del impacto visual (que a menudo se confunde
con el carisma, siendo éste algo más complejo), atributos de la personalidad
determinantes, como son la formación política, seriedad en los planteamientos y
capacidad para transmitir a los oyentes el sentido del mensaje. Por tanto, el
debate es un buen medio para fortalecer la vida democrática, permitiendo a los
ciudadanos discernir cuál de los candidatos posee los atributos que quisieran
ver encarnados , en este caso, en el presidente de su país. El día domingo 22
de abril el debate de los candidatos presidenciales permitió la oportunidad de anticipar
a los ciudadanos, algo de lo que pueden esperar de cada uno de ellos, caso de
llegar a la presidencia. Se trata de una
expectativa más o menos razonable; que suceda efectivamente cuando el candidato
se convierta en el titular del poder ejecutivo es otra cosa y esa fue una de
las cuestiones que estuvieron sobre el tapete de la discusión la noche del
domingo en las instalaciones del Palacio de Minería.
¿Qué
garantías ofrece usted, se preguntó a cada uno de los candidatos, de cumplir
las promesas de campaña? Pregunta difícil, pues mantener la palabra no sólo es
asunto de congruencia personal. En la vida privada es relativamente fácil
cumplir una promesa; en la vida pública la intervención de múltiples factores elevan
el grado de dificultad y esto, contando con la buena fe del político. Con sano
realismo, lo que debe esperarse del político es la perseverancia en lograr sus
objetivos, dando impulso, a través de la participación y organización de la
sociedad civil a políticas públicas congruentes. La mala fe del político, la
índole perversa de su actitud, debe buscarse en la oferta de promesas cuyo único
fin es seducir al electorado. Dicho esto: ¿Quién ganó el debate el día domingo
22 de abril? Apelando a criterios objetivos, hasta donde lo permite el asunto y
al margen de filias y fobias, vi ganar a Ricardo Anaya. Expongo las siguientes
razones: fue el más consistente en sus propuestas; el más ágil y matizado en
sus planteamientos; el menos elusivo en sus respuestas a los cuestionamientos
que se le hicieron. Destacó, entre otros
temas, la importancia de renovar y perfeccionar instituciones, en lugar de
apostar al voluntarismo del gobernante, como se hizo notorio en la postura de
Andrés Manuel López Obrador. Por último, mantuvo su discurso parejo sin abusar
de las reiteraciones y fue incisivo en los momentos oportunos.
Margarita
Zavala mostró buena actitud, defendiendo su identidad e independencia frente al
esposo, cuya sombra no ha dejado de proyectarse sobre su persona desde que dio
a conocer sus aspiraciones a la presidencia de la república. Por otro lado, me
pareció monocorde; su discurso descansó en la defensa de las mujeres, una buena
causa sin duda, respaldada por más del 50 % del electorado. Insistió en la
importancia de la familia y cultivo de los valores, enunciando tesis válidas,
aunque siempre en el nivel de la mayor generalidad. No dijo cómo la atención de
estos temas podrían ser el eje
articulador de políticas nacionales.
Javier
Rodríguez Calderón, “El Bronco”, puso la nota festiva al debate, haciendo gala de
primitivismo político que, no dudo, le ganará simpatías en cierto sector del
electorado y nada más. Para inhibir la
malsana propensión a robar, propuso
cortarle la mano al delincuente. A la pregunta de la moderadora de sí hablaba
literalmente, respondió que así era. Es su manera de entender la justicia
pronta y expedita. En otra de sus intervenciones, condenó la partidocracia a la
que atribuye todos los males del país. Después de dar este veredicto no dijo
nada más, cómo si con la palabra
descalificadora bastara para ahuyentar los demonios que aquejan al país.
Eliminar la partidocracia no significa eliminar los partidos, devolviendo al
pueblo su autonomía para apoyar
candidatos independientes, sino restableciendo la función originaria de
aquellos, de dar forma, efectivamente, a la voluntad popular, expresando la
diversidad de intereses e ideologías de los grupos sociales.
Andrés
Manuel López Obrador se mantuvo fiel al propósito de no caer en provocaciones.
Lo hizo bien para su causa, pero en la actitud cerrada de evitar los
cuestionamientos, dejó de responder a preguntas plenamente justificadas.
Claramente se vio que se sentía vulnerable ante lo evidente de sus contradicciones.
En
efecto, para él sería difícil explicar cómo ahora son sus aliados personajes a
quienes acusó hace años de ser corruptos y malos funcionarios. Tampoco podría
explicar, en la óptica de una mínima congruencia, las alianzas con la maestra
Elba Esther Gordillo y Napoleón Pérez Urrutia. Por tanto, guardó silencio
haciendo evidente la eficacia, pero también los límites de su estrategia. Como
sea, si no fue el ganador, López Obrador tampoco perdió el debate y mantiene el
lugar del candidato mejor posicionado en las encuestas. Su propuesta central de
transformar al país, coincide con el deseo de millones, pero debe incluir en su
discurso las herramientas democráticas
para darle viabilidad a dicho propósito. Llama a la participación sin indicar
vías concretas: ¿bajo qué modalidades y principios rectores se alcanzará la
participación de una sociedad plural y compleja? Un desencanto aún mayor puede
sobrevenir si, en la hipótesis del triunfo del tabasqueño, no se concreta el
gran cambio que promete el voluntarismo de López Obrador. Se muestra convencido
y entusiasta, pero en política el
entusiasmo no es suficiente sin el acuerdo de los diferentes, sin la
consolidación de una cultura política abarcadora de los distintos estratos
sociales y regiones y sin la creación de instituciones sólidas.
En
lo tocante a José Antonio Meade Kuribreña, quedaron defraudadas las esperanzas
de un fuerte posicionamiento de su candidatura a partir de este primer debate.
La fuerza de sus argumentos descansó en su trayectoria personal, presentándose
como la excepción salvadora, dentro de una clase política marcada por la
corrupción e ineficiencia. A fuerza de insistir en su capacidad y honestidad,
olvidó otras cualidades que el político
debe poseer para conducir la nave del estado. Basó su discurso en una
concepción del desarrollo que, justamente, pide ser revisada a la luz de una
política democrática orientada a compensar desequilibrios estructurales que han
hecho crecer la pobreza y la marginación. En cierto modo justificó la crítica
de quienes lo consideran un buen administrador, pero no un buen político. Para
restarle credibilidad al candidato de MORENA, insistió en que este tiene años
viviendo de la política sin declarar el monto real de sus ingresos. Hábilmente
López Obrador dio a entender que está al servicio del pueblo; actitud solapada
pero efectiva. Otro error de cálculo según mi apreciación personal, fue la
insistencia de José Antonio Meade en los tres departamentos que, según dijo,
posee el tabasqueño. Piensa que esto es suficiente para bajarle simpatías al
líder de MORENA. Francamente no veo que
los indecisos puedan concebir como traición a la ética política la
posesión de tres departamentos, cuando
se enteran del elevado nivel de corrupción que caracteriza a los representantes
más conspicuos de la clase política.
Después
de lo sucedido el domingo, candidatos y asesores están obligados a revisar las
estrategias a seguir en los futuros debates, si esperan un cambio sustancial de
la tendencia dominante en el electorado mexicano. Una tarea pendiente para
ellos, será poner en perspectiva la crisis del país, asumiendo las debilidades
estructurales de la democracia mexicana para decir cómo esperan superarlas.
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